lunes, 22 de mayo de 2017

Hasta la próxima

Artículo publicado en El Periódico de Aragón el 20 de mayo de 2017.

Últimamente se me hace muy cansado aguantar a ciertas personas. Como, por ejemplo, a Susana Díaz o a mí. Con Susana Díaz no puedo hacer nada. Ahí está, diciendo que el movimiento 15M se indignó por no tener una casita en la playa. A ver si nos habíamos creído que las hijas de los obreros podíamos estudiar una carrera universitaria. Alejarse de ella es tan fácil como apagar la televisión y no abrir los periódicos. Tan difícil como no ver su cara o sus últimas declaraciones al asomarte en redes sociales. Pero estoy lejos de ella. Yo sé lo que es la concordancia gramatical y no creo que la cultura sea sacarle los dineros a los asiáticos que visitan las playas españolas. Eso significa estar lo suficientemente lejos como para que no me alcance toda su tontería. La otra persona que me cansa soy yo. De mí me resulta más difícil librarme. Soy pegajosa y no me despego de mi cuerpo. No puedo no ser yo, pero puedo dejar de opinar y conseguir, de esta manera, contener el derrame de mí misma. Me he aburrido de mí, yo, que no sé aburrirme. Desde que estoy escribiendo en este hueco han sucedido muchas cosas. Varias elecciones, demasiadas corruptelas, varios trabajos, muchos abrazos y risas, dolores, algunos libros, una hija. He intentado hablar desde un nosotras que no me ha salido. Escribir desde el yo es hacer la coreografía de un solo que no permite disimular los fallos. Me he equivocado sola. Me he sujetado en libros, en canciones, en imágenes. Me he mostrado sin diluirme en una masa que hiciera más fuerte lo que yo decía. He buscado contar contándome. He procurado estirar los márgenes de una columna de opinión para que me cupiera algo distinto. Me ha desfondado tanto la actualidad política que el análisis se ha convertido en un ardor de estómago que no cesa de repetirse en mi esófago. Me he repetido, me he plagiado, me he robado las palabras de una columna a otra porque todo ha cambiado tanto que no se ha movido del sitio. Siguen oliendo a col muchos de los días. Me han hastiado las entregas y no por el esfuerzo en escribirlas. Cada vez he invertido menos tiempo en ellas. Y eso me escuece. No quiero que escribir no me cueste. Quiero dejar mis trozos en las frases. Quiero disfrutar, embadurnarme con lo dicho, enfadarme, pelearme conmigo, avergonzarme, corregirme, humillarme, felicitarme, provocarme, llevarme la contraria. Echarme de menos. Quiero sentir sin acomodarme. Quitarme las ruedas pequeñas de la bici. Por eso tengo que salir de este espacio. Quiero seguir escribiendo sin que se me manchen los textos de nombres en negrita. Y seguir saltando en una cama elástica con las letras. Escribir, escribir siempre.

Este tenía que ser el último artículo donde cada palabra fuera luminosa. Pero las chicas de barrio somos más de adoquines que de alfombras rojas, más de salidas de emergencia que de puertas con soportales. No sé hacerlo bien y no me gusta recrearme en la despedida. Cuelga tú, no, tú primero. Colgad vosotros.

Gracias, a todo el mundo menos a Susana Díaz.

Hasta la próxima.

lunes, 8 de mayo de 2017

Poeta o muerto

Artículo publicado en El periódico de Aragón el 6/05/17

Me pegué todo un curso escribiendo poemas que pusieran contexto a muchos trabajos de Historia. Los escribía yo, pero decía que eran de Gabriela Mistral o de Gil de Biedma, entre otros. La profesora me decía que estaba muy bien apoyarme en la literatura para explicar lo que somos. Supongo que la tosquedad de lo que yo podía ser capaz de escribir daba demasiadas pistas acerca de la autoría de esos poemas. Imagino que ella era consciente de que Lorca no me había cedido esas torpes palabras. Pero era lo de menos. Lo de más para ella, quiero creer, era que me preocupaba de leer e intentaba coser mis propios textos que sirvieran para conducir el relato de lo estudiado. Me acuerdo de esto porque hace unos días saltó la noticia de que el Gobierno quería eliminar la Literatura Universal del Bachillerato. Ya era una asignatura con poco público, no optaban a ella los alumnos de Ciencias, y ahora tampoco podrán acceder los de Humanidades. Dejar el Bachillerato sin literatura es abrir una grieta para construir edificios sin paredes maestras. Se caerán. Nos caeremos. La literatura no sirve para nada, sólo nos explica. Nos ayuda a entender el mundo, nos cuenta, nos da respuestas y nos provoca nuevas preguntas. Y eso es nada. No es un conocimiento productivo. No levanta edificios, no hace carreteras ni especula con inversiones. No innova, ni puede presentar cada año un nuevo producto con más resolución de pantalla y millones de píxeles. Es un pesado baúl de recuerdos en una vida que avanza muy rápido y en la que no se pueden llevar las mochilas tan cargadas. Se nos resiente la espalda. Quizá por eso se quiere dejar también el cerebro hueco. Que no nos pese. Lo próximo será meter clases de cómo montar muebles de Ikea o enseñar a cocinar cupcakes. Eso sí que sirve para algo. No hace falta la música, ni la filosofía, ni tampoco la literatura. Los profesores dejan de ser maestros para convertirse en entrenadores. Entretenerse con el Siglo de Oro es una estupidez cuando puedes aprender a ser una influencer. ¿Qué trabajo puedes conseguir gracias a Cervantes? ¿Cuánto puntúan en el currículum los versos de Machado? ¿Acaso es el Boom latinoamericano una escuela de negocios? Queremos tener un sistema educativo en el que entren estudiantes y salgan mecánicos de una cadena de montaje. Y con el espíritu crítico hacemos cuentas. Me llevo tres. Tú le echas mucha literatura a todo, me decía mi madre, como si fuera sal. Sin ella la vida no sabe a nada. La literatura nunca me ha dado dinero, pero toda mi pobreza es rica. En tiempos de odas a la productividad, no hay nada más revolucionario que perder el tiempo haciendo nada, sólo leyendo. No hay nada más revolucionario que la literatura. Decía Gloria Fuertes en uno de sus poemas: Nací para poeta o para muerto, / escogí lo difícil / —supervivo de todos los naufragios—, / y sigo con mis versos, / vivita y coleando.

En tu culo explota

Artículo publicado en El Periódico de Aragón el 22/04/17.

Me sorprende cómo se utiliza el término libertad. Como si fuera un insulto con el que dar una bofetada al otro, una bomba fétida de la que huir y una habitación del pánico en la que encerrarte. La libertad se saca de los bolsillos como si fueran las monedas para el café, que golpean en la barra reclamando al camarero. Y valen para pagar un cortado o una cerveza, igual que la libertad se puede utilizar de una u otra manera. Incluso se está a favor y en contra de ella al mismo tiempo. Te escudas en la libertad y acudes, libre, a hacer trinchera a la entrada de una clínica en la que se practican abortos para impedir que haya mujeres que ejerzan la suya. Cenas libertad de expresión y vomitas tuits que te pueden llevar a la cárcel. Con los refugiados no se puede utilizar la libertad. Que no entren, no pueden pasar, no caben. Hacer boicot a una compañía y que te pillen tomando unos refrescos de esa marca. Tarjeta amarilla. A la próxima, expulsión. Ni siquiera podrás cantar el Libre de Nino Bravo. No se dice guardería. Los antitaurinos no se duchan es el argumento empleado por un torero para defenderse. La libertad también es una tapa y está en las vitrinas de los bares, al lado de una banderilla y de dos guardias civiles. Me comí una el otro día. Tu libertad acaba donde empieza la del otro. Te lo explican así y no te dicen que la frontera puede estar llena de vallas y pinchos. O que el espacio del otro es mucho más grande. O que su libertad es una mancha de aceite y se desparrama fuera de sus límites. O que se mueve. O que aparece y desaparece. Mentira.

Un hombre elige morirse y no existe la libertad para hacerlo. Tiene que estar preso de una decisión que no le dejan tomar. Hay libertad para que las procesiones ocupen las ciudades y el silencio. Nuestro descanso, las calles, nuestra vida cotidiana...Todo esto queda preso. Porque hay libertades que son como los matones del colegio, y no saben ser libres sin pasar como apisonadoras por las de los demás. En Málaga, una procesión hace una parada en un hospital y los pacientes de urgencias son trasladados a otros hospitales ante la imposibilidad de acceder al centro. Porque la libertad religiosa, católica, está muy por encima de la salud y de los servicios públicos. Libertad, pone en las pancartas de las familias que salen a manifestarse a favor de la enseñanza concertada. Hay menos niños y el gobierno plantea que se dejen de financiar aulas. El sistema de conciertos venía a ayudar a la enseñanza pública cuando esta no llegaba a atender toda la demanda de escolarización. Estos años se han cerrado unas treinta aulas en la pública sin tocar la concertada. Es como si se cerraran hospitales públicos para que el estado financie que unos pocos vayan a la sanidad privada. Se escupe libertad para mantener los privilegios, no para pelear por los derechos de todo el mundo. Si fuera así, se hubieran manifestado también cuando se cerraron aulas en los coles públicos. Parece que eso no molestó a su libertad. Rebota, rebota y en tu culo explota.