martes, 26 de julio de 2016

Enfadarte con lo que no recuerdas

Enfadarte con lo que no recuerdas ( El Periódico de Aragón - 24/07/2016 )

No sé cómo se guardan las cosas en el recuerdo. No llego a entender de qué manera se construye la memoria y por qué te acuerdas de unas cosas y no de otras. Cosas importantes o menores, buenas o malas. Algunas las tienes almacenadas y otras las olvidas.

Recuerdo que mis siete años lloraron amargamente frente a un plato de paella en el comedor del colegio. Casi nunca me gustaba la comida y no la probaba apenas, pero ese día sí me gustaba y me comí mi plato entero. Una profesora no me creyó cuando le dije que ese plato que estaba sin tocar no era mío. Y me lo hizo comer. Lloré de impotencia por que no se me creyera. Todavía hoy me acuerdo de ese llanto y de esa sensación de angustia.

ERA MUY PEQUEÑA pero me acuerdo de la caída del Muro de Berlín, de mi bisabuela, de La bola de cristal, de mi hermana escondiendo galletas en el hueco para la cinta del vídeo en formato VHS. No tenía ni cinco años cuando el volcán Nevado del Ruiz, en Colombia, entró en erupción y una avalancha de tierra y escombros se tragó a la ciudad de Armero. Omaira Sánchez, una niña de trece años, quedó atrapada por el lodo y agonizó, delante de las cámaras, durante casi tres días. Me acuerdo de impresionarme al verla en el televisor y de hablar de ella con mi profesora.

Yo no me acordaba, pero el otro día me recordaron cómo fui la cabecilla de un motín que hizo que toda mi clase hiciera pellas en la asignatura de Lengua y exigiera al profesor una serie de mejoras. No me acuerdo de muchos nombres de gente con la que he compartido momentos. De hecho, se me han olvidado muchos de esos momentos.

Este año también ha habido violaciones en San Fermín. Leo noticias sobre estas agresiones y me encuentro con algunos textos que recuerdan el caso Nagore. No sé de qué hablan. Busco información. Se refieren a Nagore Laffage, una joven estudiante de enfermería que fue asesinada la noche del Chupinazo en 2008. Salió con sus amigas y ya por la mañana se cruzó con José Diego Yllanes, un joven psiquiatra de buena familia que trabajaba en el mismo hospital donde Nagore hacía las prácticas. Fueron a casa de él donde Nagore murió asfixiada después de una paliza que dejó su cuerpo lleno de hematomas. Su asesino intentó trocear su cadáver y le cortó un dedo. Abandonó su cuerpo a las afueras de Pamplona. No sé cómo no recuerdo esta brutalidad. Leo sobre el caso, veo reportajes y un documental. Me obsesiono con reparar este olvido.

CUATRO ACUSACIONES pidieron una condena por asesinato que finalmente se quedó en homicidio, por considerar como atenuantes el alcohol y la reparación económica del daño. La madre de Nagore tuvo que aguantar cómo el jurado popular le preguntó si su hija era muy ligona. Intentos de culpabilizar a la víctima. Con el recuerdo no puedes enfadarte, me dijo el otro día mi madre. Pero yo me he cabreado muy fuerte estos días con no recordar a Nagore. A ella y a todas las Nagores. Olvidarlas es como condenarlas a ellas.

Verano a la plancha

Verano a la plancha ( El Periódico de Aragón - 09/07/2016 )

Cuento los años que han pasado desde el año 2002. Parece que ese año me queda más cerca pero la cercanía, a veces, es cosa de catorce años. Ese verano me fui de viaje con mi novio de entonces. Ese fue el primer verano del euro. No teníamos dinero, ni en pesetas ni en euros. Fuimos de camping. Estuvimos a punto de separarnos en la colocación de la primera piqueta de la tienda de campaña. El amor antes de Quechua. Si montar una tienda de campaña no nos había roto como pareja, nuestra relación sería irrompible. Eso pensé en ese momento. Eso se piensa cuando por tu pareja no han pasado los años, las discusiones o las afinidades que comienzan a desafinar. Comíamos sobres de pasta o cualquier otra cosa que se pudiera cocinar en el pequeño hornillo. La palabra cosa aquí está bien puesta. Lo que te llena el estómago puede no ser algo que se merezca ser llamado alimento. El otro día conté a un grupo de amigos cómo el único capricho de ese viaje fue comernos unas gambas a la plancha. Mi novio y yo llevábamos unos días mirando la carta del restaurante del camping como quien mira el cargo de presidente del Gobierno después de unas segundas elecciones. La última noche nos dimos el lujo de pedir media ración de gambas a la plancha. Tres gambas para cada uno. No nos llegaba para más. Después nos fuimos a nuestra tienda a matar el hambre con un bocadillo. Tomamos un café en un bar cerca de la playa. Estábamos en la Costa Brava. Nunca me he olvidado de lo que me costó un café con leche allí, ese café con leche del primer verano del euro en un sitio de playa: dos euros. Me acordaba de esto mientras entrevistaba hace unas semanas al escritor Juan Tallón. Contaba que él escribe para no tener que hacer cosas peores, para controlar los desastres que puede ocasionar si se dedica a algo fuera de la literatura. Ponía como ejemplo sus tiempos de camarero. Se retiró de la profesión cuando llegó la moneda común. Le costaba hacer el cambio de pesetas a euros y se quedaba varios minutos pensando. Con cada consumición, unos minutos de duda. Le salía muy caro a su jefe así que lo echó. Yo me quise ir de esa Europa que me hacía pagar dos euros por un triste café. Puse una reclamación porque yo sola no podía hacer un brexit. Ahora Reino Unido ha decidido salirse de esta Europa porque no quiere que entren más pobres. No se puede dejar pasar a quien no pueda pagarse unas vacaciones. Nosotros hemos votado para ver quién nos gobierna. Siguen pintando palos, bastos, como hasta ahora. Otro verano sin escapar de ellos. Y con este calor no se puede hacer la revolución, se quema. No entiendo la expresión irse de veraneo, como si se pudiera extirpar el verano a quien se queda sin vacaciones. A ver con qué llenan los informativos aparte de mujeres tomando el sol en tetas. Se me resiste ese viaje que quiero hacer pero unas gambas a la plancha no me las quita nadie, me vaya o me quede. Seguiré en esta columna. Buen verano.