sábado, 22 de junio de 2013

Cosas de ollas


Artículo publicado en El Periódico de Aragón el 22 de junio de 2013

Ahora todos los días dan vértigo, como cuando te dolía la tripa por tener que ir al día siguiente al cole. Me toco el cuerpo para acordarme de que vivo y eso tiene que ser motivo para alegrarse. Eso dicen los libros de autoayuda que nunca leo. Igual por eso no me llamo feliz incluso si estoy contenta. Yo soy de disfrute fácil pero muy permeable a las angustias de este mundo áspero que no nos toca vivir sino que nos escuece vivirlo. Es la precariedad, maldita sea, y ha venido para quedarse en casa. Es culpa de los televisores, al hacerlos planos ya no se pudo poner el souvenir del toro encima suyo. Nuestros espacios ya no tienen figuritas de Lladró, ahora lo que puebla nuestros estantes es la precariedad. 

¿Sabes esos muñecos antiestrés que se pusieron de moda hace unos años? Nadie nos dijo que seríamos nosotras las que acabaríamos convirtiéndonos en ellos. El sistema nos oprime, nos aplasta, nos presiona hasta que nos rompamos y se desparrame todo lo que contenemos. El sistema tiene nombres y apellidos pero si los menciono, el maquetador de este artículo me los pone en negrita y me manchan todo el texto. Yo trato de cabrearme mucho por dentro para cuando al estrujarme se me astillen las costuras, pueda enfangar bien los zapatos de los tiranos.

¿Cuánta presión puede aguantar un cuerpo? La presión es una magnitud física que mide la fuerza en dirección perpendicular por unidad de superficie. Me pregunto si el impresionarse viene de pensarte pequeña y tener poca superficie para la fuerza que se tiene que soportar. A mí siempre me ha dado miedo cocinar con la olla a presión por culpa de Charles y Gay-Lussac. Ya ves, pasar a la historia por descubrir una ley de gases. El caso es que esta ley dice que para una cierta cantidad de gas a una presión constante, a mayor velocidad de las moléculas (temperatura), mayor volumen del gas. Presión, temperatura y constancia, cosas de ollas. Debemos de tener bien lozanas las grietas de alivio para que la presión nos huya y no explotemos. O cosas de nuestras moléculas, nos hemos acostumbrado a removernos dentro de la olla y chocar contra las paredes. 

Quizás sin esto que nos pasa yo no podría escribir lo que escribo. Quizás. Pero el mundo ya tiene demasiados artistas. Hasta a los grafiteros se les contrata desde el ayuntamiento. A mí me dais un trabajo formal y ya no escribo más. Lo prometo. O escribo para adentro y así no raspo ningún espacio nuestro. Que tenemos disgustos como para comer de restos todos los días y lo que nos sobra es hambre. Cuando un cuerpo se acostumbra a no alimentarse, luego le duele el ingerir comida. Yo no creo que nuestro cuerpo sea elástico y sus deformaciones sean reversibles. Lo que aguantemos nos mellará y cuando la presión se disipe, aparecerán nuestras malformaciones sociales. Ser dúctiles es dejar que se te apropien de tus trozos sin quejarte. Y la presión duele en nuestros cuerpos. Si no estuvieran rotos, no se les verían las junturas. Pon la olla al fuego y a ver qué pasa.


sábado, 8 de junio de 2013

La resiliencia me huele a 'Varón Dandy'


Estamos tan dentro del hedor que ya ni nos molesta cómo huele. Devolvednos la luz y la belleza, el mundo era tan bonito y nos lo habéis roto. Algo así dice Dominique A en la canción Rendez-nous la lumière. Algo así aunque no del todo, porque él lo dice en francés y yo el francés lo aprendí para ser de la gauche divine pero la gauche divine nunca llegó a Torrero. Toda la culpa la tiene Agustina de Aragón. Con lo bien que estaríamos ahora pudiendo decir Ça va bien.
Ya no nos queda suelto con el que dejarnos devorar por máquinas tragaperras. Con perricas, chufletes, se ha dicho siempre. Y yo pensaba que se referían a animales de compañía pero no, era otra cosa mucho más bestia, los dineros. ¿Te has fijado que los ricos hablan de dinero y nosotras siempre de "los dineros"? Ponemos plural a lo que no tenemos. Mi padre de pequeño quería tener trenes, autocares y aviones. Así que mi abuelo lo llevó a la estación, a las cocheras y al aeropuerto. Le dijo que todo lo que había en esos espacios era suyo y que allí se lo guardaban porque en casa no les cabía tanto cacharro. Mi padre creció creyéndose un terrateniente de los medios de transporte. No era necesaria la posesión, le bastaba la palabra. Todo lo que hay es nuestro. Por eso hasta de la nada intentan que hagamos porciones.
Aquí somos felices porque no somos rencoristas. Me han dicho unas gentes de otro lugar. Si se preocupan por los que les pasa, no disfrutan de lo que les está pasando. Y de eso se aprovechan los poderosos. Lo malo de la resignación es que en el momento de probarla, te acostumbras a ella. Es como la colonia Varón Dandy, se te queda pegada. Y yo soy más de sudar. No sé si a eso es a lo que llaman resiliencia. ¿Recuerdas cuando en Érase una vez...la vida los anticuerpos intentaban neutralizar a los virus? Pues esa imagen le pongo yo a la resiliencia. Asumes y te sobrepones. Y frente a esta capacidad individual de asumir y sobreponerse a una situación, prefiero la transformación colectiva de las realidades. Pero ahora todo es resiliencia y smart cities o ciudades inteligentes que unos días van en bici y otros huelen bien. A mí me avisáis cuando la ciudad pueda reservarme turno en la fila del paro. Hasta entonces, me guardo mis propias sensaciones en los empastes y así tengo que ir menos al dentista. Eso es ser inteligente. "El artista no es inocente. Nadie lo es. El artista es parte integrante de aquello que denuncia. Y sólo puede reproducirlo. Por eso no puede aparecer con las manos limpias. Sino que tiene que tomar parte. Untarse las manos, llenárselas de mierda" escribe Miguel Ángel Hernández en Intento de escapada.
Buscar el equilibrio entre la atención a lo importante, el cuidado de los quereres, el disfrute consciente de los momentos, el rechazo de la ambición que nos haga sordas, la capacidad de poder tener planes, la necesidad de pensar que hacer pueda servir para algo, la ilusión de imaginar, las ganas de aprender y cuestionar, y la lucha resistente por nuestros derechos. Óyeme, ¿cómo lo hacemos?

domingo, 2 de junio de 2013

Qué jodido es su maldito bien común


Lo común son muchas cosas y tiene muchas acepciones. Algo que no siendo privativamente de nadie, pertenece o se extiende a varios. Lo corriente. Lo ordinario, vulgar, frecuente y muy sabido. Una comunidad, generalidad de personas. Y luego está el común divisor, la sal común, el delito común, la fosa común, el mínimo común múltiplo, el nombre común o el lugar común. Creo entender a lo que nos referimos con cada común menos cuando desde el poder se alude al bien común para justificar un nuevo ataque a nuestros derechos. El bien común, dicho por el gobierno, se viste de grandísimo malnacido para dibujar la frontera del adentro y el afuera. O si lo prefieren zopenco, mentecato, majadero, imbécil, cretino, inmundo, gaznápiro, palurdo, ceporro, necio, indecente, deshonrible, sinvergüenza, pérfido, abellacado, despreciable, abyecto, maligno, mezquino, canalla, tunante, vil. No "hijodeputa", que a ver por qué eso tiene que ser un insulto. El caso es que el bien común no puede sonar con más hediondez que cuando lo vomitan aquellos que sueltan el látigo en las espaldas ajenas. Dicen que hacen lo posible. Qué agudos son nuestros mayores que de toda la vida han llamado a los ricos como "los que tienen o son de posibles". Así que hacer lo posible, es necesariamente, hacer lo que les beneficia a los que tienen dineros. Por eso nosotros imaginamos lo imposible, porque somos pobres. Contémonos las cosas antes de que se nos las lleven.
EL PP ES como Tejero pero cambiando la pistola por el decreto ley y el ¡quieto todo el mundo! por un ¡fuera todo el mundo! Fuera del sistema sanitario las personas que no han nacido en la España mía, esta España nuestra. Fuera del sistema educativo los alumnos que no aprueben la reválida, que el fracaso escolar se elimina no formando mejor sino echando a más alumnos de las clases. Fuera del país los jóvenes. Fuera de sus casas la gente que no puede pagarlas. Fuera la gente de las calles, prohibimos que se manifiesten. Fuera las ayudas a la dependencia. Fuera los investigadores, será la fe la que nos saque de la crisis y no la ciencia, ¡blasfemos! Fuera los libros de las bibliotecas. Fuera los niños de los comedores escolares. Fuera las becas. Fuera los derechos laborales. Fuera lo social, lo público, lo que es de todos. Por el bien común. ¿Te has fijado que antes los bancos de las plazas eran para que nos sentáramos varias personas y luego se pusieron de moda los bancos para un solo culo?, como si estos bancos individuales fueran un control arquitectónico del derecho de reunión. Qué peligroso es el estar juntos. Por nuestro bien común nos dejan fuera. En su adentro sí que cabe la banca caníbal, la estafa, una educación segregadora, un código penal que convierte la protesta social en delincuencia o que mi útero se convierta en propiedad de la moral cristiana a pesar de tener un cuerpo ateo y un estado aconfesional.
Su bien común nos expulsa. Así que desobedecer es puro ejercicio de supervivencia. Por sentido común, el nuestro.