miércoles, 4 de enero de 2012

En defensa de la cultura, ¿está el enemigo? Que se ponga.


Arguyo la conocida frase de Gila como preguntando acerca del enemigo que parece está haciendo que la cultura se tenga que defender. Si esto es así, ¿quién es el enemigo que ataca a la cultura ? O mirando desde otro prisma, si la cultura tiene que defenderse ¿de qué se le estaba acusando?

Planteo estas palabras no como juicio final ni cómo resolución de guerra, sino más bien como ejercicio de remezcla que me sirva para ordenar algunas notas y al mismo tiempo me siga desordenando cuestiones. De eso se trata, de dudar siempre.

            En los últimos tiempos, los efectos derivados de la crisis económica han provocado cierta preocupación lógica entre las gentes que nos dedicamos a la cultura. Igual que en otros sectores, los problemas económicos han ocasionado pérdidas de empleo, cierre de empresas, espacios o proyectos, dificultades económicas y las consiguientes pequeñas tragedias personales que hay


detrás de cada número. Ante esta situación, muchas han sido las voces que han salido a defender un espacio para lo cultural. La defensa de la inversión en cultura, llamada también gasto, (la ideología es en una parte hacer y en otra la denominación del hecho, las palabras no son neutras), hiere sensibilidades porque se compara a otros sectores que en la jerarquía de prioridades, se consideran más importantes. Que los recortes obliguen a cerrar un museo se supone un sacrificio soportable en comparación a un mal mayor como cerrar un hospital.

Como escribe Vicente Verdú en su artículo La cultura del atardecer[1],“Baudelaire llamaba al arte "los domingos de la vida" y en la intensidad de esta crisis no queda jornada alguna en la que se pueda holgazanear. El arte y los libros y el teatro y el cine y el circo nos embelesan a la manera de un rebozo que siendo humano ("fieramente humano") nos blinda, aún ocasionalmente, del mal. (…) Todas sus aportaciones son necesarias también para no dejar el espíritu en los huesos pero, puestos a salvar vidas, el estómago y el techo son lo primero”.

                        Hemos caído en la trampa perversa del neoliberalismo, a la propia cultura le resulta difícil hablar de su defensa sin aludir a la cosa economicista.

                Jaron Rowan ya hablaba de esto en un recomendable artículo “Cambios en la gestión pública de la cultura: de la cultura como derecho a la cultura como recurso”[2]
                        Desde otros sectores se ha acusado a la cultura de contribuir a la dilapidación de los recursos públicos, aunque con mucha frecuencia, los desmanes no se han producido tanto por la acción cultural como por otro tipo de decisiones que tenían que ver con grandes dispendios arquitectónicos. Y desde el propio sector cultural se ha caído en la trampa de defender la importancia de la cultura con su valor de mercado, según el porcentaje de PIB y puestos de trabajo que generara. Eso nos hizo creernos fuertes porque nos llamábamos Industria Cultural. Quizá un oxímoron demasiado engañoso.

             David Trueba escribía en su artículo “Jack Lang” “Parece evidente que uno de los primeros sacrificados a los pies de la crisis es el mercado cultural. Uno casi se alegra, porque ese oxímoron resultaba a veces ofensivo. (…) lo cultural tratado como mercado estaba condenado al fracaso”[3]. Enric González insiste en lo del oxímoron[4] “ El oxímoron más peligroso de nuestros tiempos fue creado casi como un insulto hace más de medio siglo. En los años cuarenta, Adorno y otros filósofos de la Escuela de Francfort acuñaron el oxímoron "industria cultural" para definir la mercantilización de la cultura y su uso por parte de las clases dominantes como instrumento de control sobre la sociedad. Ya ven lo que ha ocurrido. La "industria cultural" se llama a sí misma "industria cultural", y lo hace con orgullo. Dicha industria vive mayormente del fútbol, de melodías más o menos contagiosas y de Spiderman VIII, pero ojo, es "cultural". Quien copia o utiliza sin pasar por caja uno de sus productos registrados comete el peor de los delitos: contribuye a la destrucción de la cultura. Cuando alguien se baja de Internet Ángeles y demonios (allá cada cual con sus vicios), las artes, las letras y el pensamiento entran en crisis. Se lo ruego: cada vez que lean o escuchen la expresión "industria cultural", sustitúyanla mentalmente por "negocio". Lo entenderán todo mucho mejor. “

            Si la cultura cae en la trampa de defenderse por el peso económico de la industria cultural comete el error de competir en las lógicas de un sistema capitalista que al mismo tiempo le repudia en parte por no someterse siempre a los estándares de rentabilidad, eficacia, eficiencia, etc.  Por higiene mental, conviene salirse del pragmatismo absoluto donde lo que impera es el valor de mercado. No se trata de desdeñar la capacidad de la cultura para hacer negocio. Y la legitimidad de que las gentes puedan ganarse la vida haciendo cultura. Lo que creo que es necesario es que la defensa de la necesidad cultural no vaya sujeta exclusivamente a la generación de riqueza. Porque el panegírico del utilitarismo de la cultura es débil y se pone en entredicho ante la escasez. Y además, porque el carácter de servicio público de la acción cultural debe estar encima que su vocación de negocio.

“La cultura no sirve para nada, sólo nos ayuda a vivir” frase escuchada de Jordi Oliveras que en realidad proviene de Francesc Parcerisas. (ver su intervención en el Foro Indigestió 201[1][5]) y que me gusta porque creo que ayuda a reflexionar sobre el valor instrumental de la cultura. La sencillez frente a argumentaciones peregrinas.

Jose Luis Pardo ¿Una cuestión de negocio?[6]
(…) se ha producido una modificación de facto del estatuto de los bienes culturales, que, en lugar de considerarse relativamente a salvo de la lógica mercantil, tienden hoy día a evaluarse como un área de negocios como cualquier otra, es decir, por su valor económico producido en términos de resultados (¿quién no se acuerda de la patriótico-comercial exaltación del "valor económico del español"?), lo que ha envenenado la mayoría de los sectores culturales (empezando por el editorial) con su práctica reducción al marketing. Me he referido en diversas ocasiones a la manera en que esta operación ha causado un mal mayor: expropiar a los creadores de cultura de los instrumentos para evaluar autónomamente sus producciones al margen del mercado (incluido el mercado de las identidades). Y si la cultura queda reducida a negocio, no solamente se trastornan por entero las jerarquías de los valores culturales, sino que un ministerio del ramo podría no significar más que un ministerio del negocio. Dicho en menos palabras: el Ministerio de Cultura está justificado precisamente porque se parte de la suposición de que la Cultura no es un negocio ni puede gestionarse o evaluarse como negocio. Si esta suposición desaparece -y hay que reconocer que al menos no está atravesando su mejor momento-, hay que reconocer que la existencia del Ministerio de Cultura podría llegar a resultar, como mínimo, igual de perversa que su abolición. Dicho lo cual, añado que por supuesto lo que a uno ha de preocuparle, en todo caso, es la cultura, no el ministerio. Y que, puestos a suprimir alguno, yo propondría que quitasen primero el de Fomento (por lo menos hasta que se viese claro qué es lo que hay que fomentar) y el de Economía y Hacienda (al menos mientras Goldman Sachs lo tenga reducido a la trivialidad o a la ventriloquia).  Jose Luis Pardo

            De lo que  se trata es de defender un ecosistema cultural más allá de la supervivencia económica si nos creemos que la cultura es necesaria más allá del aporte al capital.

            Y si la primera trampa del neoliberalismo ha sido hacernos argumentar la defensa de la cultura por su capacidad de generación de riqueza, la segunda es hacernos creer que lo cultural no forma parte de un ecosistema común de defensa de lo público. ¿Cómo defender la cultura cuando se está desmontando la educación o la sanidad? Nos equivocamos en esta argumentación porque el enemigo no es la cultura frente a la educación o la sanidad. La defensa es común, y el enemigo está enfrente. El enemigo es un sistema que nos ha hecho creer que las reestructuraciones sólo pueden hacerse recortando derechos a la ciudadanía y encogiendo servicios públicos.

            Por eso se hace imprescindible articular la generación de un espíritu crítico que salga a la calle a defender el vapuleo de los derechos ciudadanos. Y para eso es importante la cultura.

“No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.”[7] (Lorca en 1931)

            Lo que cedamos hoy, dejarán de ser derechos mañana. En los últimos tiempos, el descrédito de los gobiernos ha generado una ciudadanía aséptica que ve en la política algo lejano. En realidad lo que ha pasado es que lo que se ha distanciado ha sido la política y ha sido el mercado el que ha dominado la esfera de las decisiones públicas. De lo que se trata ahora es de que la ciudadanía recupere el espacio perdido. Se trata de hacer política. Y la política exige de una conciencia crítica. Por eso al poder no le interesa hacer política. Con una ciudadanía anestesiada, la preocupación es sólo la supervivencia momentánea.

Como explicaba Juan Marsé en una reciente entrevista[8], “La cultura es lo que menos interesa a los políticos. La temen, les da miedo; por eso es lo primero que recortan, junto a la educación. Que a mí me parece más importante incluso porque qué más da que haya o no haya Ministerio de Cultura si los chavales no saben leer. Lo que les interesa es la televisión, que es una herramienta de enorme poder, y esa sí que incide en la cultura o la incultura de un país. Y aquí lo hace, en mi opinión, de forma negativa. (…) Los informativos terminan siempre con una nota que ellos llaman cultural. La gran mayoría de las veces es de un conjunto musical de esos que hacen ruido en vez de música. Supongo que eso es promoción publicitaria que pasan de matute como si fuera noticia. Raramente hablan de un libro, una exposición... El auténtico Ministerio de Cultura en este país es la televisión, en el sentido de que es lo que lleva para aquí o para allá el interés cultural de la gente. Y es un comecocos. Así que no espero nada de los políticos, ni en las autonomías ni en el Gobierno central”.
          
            Y por eso la cultura debe ser algo más que el narcótico del entretenimiento alienante contra el desasosiego de unos tiempos difíciles.

Escribe Luis Garcia Montero[9] “Dentro del horizonte social ilustrado, la cultura se identificó con el conocimiento y la educación. Los estudios realizados en los últimos años sobre esta materia indican que los europeos identificamos ya cultura con espectáculo. Y el espectáculo no se concibe como propuesta de pensamiento o belleza, sino como un modo de diversión fácil. Filósofos y tertulianos del corazón pertenecen al mismo circo. Pero los filósofos dan la lata y los tertulianos entretienen.
Como la labor intelectual es inseparable de la conciencia crítica, los poderes económicos y políticos más conservadores prefieren invertir en su desprestigio. (…)Se trata de recortes en la capacidad de pensar al margen del populismo dominante.”


            Como dice Jordi Llovet en Adiós a la Universidad, el eclipse de las Humanidades, ”Sin una ciudadanía emancipada desde el punto de vista intelectual, toda democracia tiende a la plutocracia, la burocracia o en las diferentes y más sutiles formas de totalitarismo”. Para Llovet, en la sociedad española ha dejado de ser un valor el pensamiento humanista aunque en realidad yo creo que el sistema ha ido a favor del desprestigio tanto del pensamiento humanista como del científico, ya que ambos incentivan la capacidad crítica y de reflexión de su ciudadanía. Y para el mercado son más efectivos consumidores que pensadores.  

            En la acción cultural también nos hemos dejado llevar, en cierta medida, por la lógica industrial fagocitando la generación de públicos. Asumimos que la educación juega un papel fundamental como potenciador de la necesidad cultural así que aceptamos este axioma quizá más preocupados en garantizar la supervivencia del sector cultural (formar públicos para generar nuevos consumidores de libros, teatro, música, etc.) que en argumentar la importancia de la cultura como un espacio común de trasmisión de conocimientos. La acción cultural no puede basarse en el principio pasivo de consumo cultural.

“Creo que habría que hacer un poco de autocrítica, de reflexión sobre el papel que los intelectuales están desempeñando durante estos años de tránsito. Veo con asombro que ahora se habla mucho de demanda, de oferta cultural. Y es cierto que la sociedad capitalista convierte en dinero todo lo que toca, pero también lo es que por cultura no debemos entender solamente una colección de productos culturales, porque esto sería compartir el concepto que de cultura tiene el orden establecido, y se supone que nosotros estamos trabajando en un orden distinto, en donde el poder y la cultura son de todos. La cultura no tiene dueños, no puede estar en manos de unos señores, nosotros, que nos creemos en condiciones de impartirla, de iluminar con nuestras luces a los demás” Entrevista a Eduardo Galeano en 1982 encontrada en el blog de Jose Luis Marzo[10].
            De esta necesaria generación de consumidores más que de pensadores, quizá venga que el propio mercado sea el responsable de la fiebre de la creatividad  (y no tanto de la curiosidad) como si de nuevo fuera una treta del neoliberalismo; la innovación creativa puede ser un atractivo envoltorio de un mismo modelo que se basa en el puro consumismo. Recordemos el consejo “stay hungry” (sed insaciables) que Steve Jobs proclamó a los graduados de Stanford en el 2005[11]. Quizá un empuje hacia el valor de la creatividad, quizá el lema de unos tiempos voraces.

“El arte es quien mejor lo representa puesto que ya no es que una obra valga mucho o valga poco. No vale sino de acuerdo a una estrategia que habiendo allanado la identidad de lo artístico convoca a todos los leoneses, por ejemplo, a demostrar sus talentos creativos en el MUSAC y a todos los tiburones muertos, calaveras y desechos pestilentes a conquistar precios cifrados en millones de dólares o euros o libras para producir al cabo un mercado tan opaco como circense, tan divertido como aniquilador.” Bienvenidos a un mundo sin certezas[12]. Vicente Verdú.
            La voracidad de un sistema de mercado hace que los ajustes económicos pongan la excusa perfecta para que los estados sigan recortando en la capacidad crítica de sus ciudadanos. No es que desde cultura tengamos que defender un sector que en muchos aspectos ya estaba viciado, lo que se trata de defender es la política, la ciudadanía y lo común. No es que tengamos que negociar las reglas del juego, es que hay que romper el tablero.

            Y sobre este romper el tablero y sobre esta gestión de lo común, aparece en cultura un nuevo paradigma, el del procomún. El procomún se refiere a los bienes que son de todos[13].  No pretendo entretenerme en la definición del término sino mencionarlo para sugerir las implicaciones que pueda tener como filosofía de actuación en cultura.


Cómo planteaba Amador Fernandez-Savater en un reciente artículo[14] El aire, la biodiversidad, el genoma, el lenguaje, las calles, Internet... Los bienes comunes no nos rodean. Nos atraviesan y constituyen, nos hacen y deshacen. De todos y de nadie, sostienen el mundo, son el mundo. En el cuidado y enriquecimiento del procomún nos jugamos la vida misma. Es un asunto demasiado importante como para dejarlo en manos del Estado o del mercado. Nuestro desafío es hacernos cargo en común de un mundo común. (…) En provecho de todos, ¿por qué no atreverse a escuchar, pensar y explorar otras vías?”

William Ospina
Tal vez por eso suena tan mal cuando los políticos llegan con el cuento de que la cultura debe ser rentable y autosostenible, y que todo invento es propiedad privada. Con los inventos de la cultura trabaja y es rentable toda la civilización”[15].

            Para garantizar la supervivencia del sistema, es el propio sistema  el que hace invisible, cuando no menosprecia o ataca, otras formas de hacer que se salgan de los cánones que el mismo sistema ha establecido como inquebrantables. Islandia debe ser un ejemplo que escuece a los abanderados del pensamiento único. Las propuestas derivadas del movimiento 15m se prefieren ver como infantiles o utópicas antes incluso de llegar a mirarlas. No vaya a ser que tengan algo de realizable y nos obliguen a cambiar lo inalterable.

(…) Después de todo, algo se mueve y del 15-M cabe esperar cambios en el paisaje moral: sería bueno que incidieran también en el cultural. (…) La limpiadora del Museo Ostwall de Dortmund que, valiéndose de una bayeta destruyó la obra de arte Cuando los tejados comienzan a gotear, de Martin Kippenberger. Era una obra valorada en más de un millón de euros. (…) Creo que una brigada artística del 15-M podría tomar cartas en el asunto y considerar fundacional esa acción que tanto nos recuerda que para evitar las grandes estafas solo es necesario que la buena gente se rebele. Una brigada moral del 15-M podría utilizar como modelo el gesto de la dama de Dortmund y comenzar a fregar la mugre en el mundo del arte. (…).
Vila Matas[16].
            Las protesta contra la Ley Sinde, el movimiento copyleft, el apogeo del crowdsourcing o financiación colectiva de proyectos, el impacto de las redes sociales o el mencionado discurso del procomún pueden plantear un nuevo escenario para la acción cultural que no tiene que desdeñar sin más con excusas inmovilistas. Quizá estamos en pleno proceso de reconversión cultural. O puede que estemos en el inicio de una revolución cultural que cambie lógicas sociales y mentalidades colectivas más allá de la dimensión estrictamente cultural. Quizá la cultura pueda ser el dónde y el cómo empezar a repensar el mundo. ¿Nos atrevemos a hacerlo?


Nota: Este texto supone una versión extendida del artículo publicado en El periódico de Aragón el 7 de enero de 2012:
¿Está el enemigo? Que se ponga ( El Periódico de Aragón - 07/01/2012 )