lunes, 27 de junio de 2016

Los héroes no huelen a sucio

Los héroes no huelen a sucio ( El Periódico de Aragón - 25/06/2016 )

Tan rubio, tan alto, tan guapo. Los hombres anuncio no se rebozan en barro. Sus nombres se bordan con hilo de éxito en las camisetas que compran los niños. Nada oscurece su sombra. Evasiones fiscales, multas, exceso de velocidad, altercados, malos tratos, faltas de respeto...Nada. Los héroes no tienen pasado ni cuartos trasteros. Tampoco les huele el aliento ni tienen gases. Nada acalla los vítores. Te tropiezas con un adoquín en la calle y pides responsabilidades al ayuntamiento. Pero a los héroes no se le piden responsabilidades. Es como pedirle a Superman que recoja los destrozos después de salvar el mundo. Parece que David de Gea pudo pagar a Nacho Allende Torbe para organizar citas con prostitutas a sus compañeros del Manchester United y de la selección española sub-21. Eso se deduce del sumario de la Operación Universal. Torbe está actualmente en prisión, acusado de trata de mujeres y delitos contra menores.

El problema, para el Ministro del Interior, es que la imagen de la Selección Española se vea perjudicada. El problema es la presunción de inocencia. El problema es que el dinero se te suba a la cabeza. El problema es la juventud. Pero nunca, nunca, el problema pasa por las víctimas. Hace un tiempo, un sector del público jaleó al delantero del Betis Rubén Castro, imputado por maltrato habitual a su exnovia: "Era una puta, lo hiciste bien". Como apuntaron los abogados de la denunciante: "Lo peor no es que una parte de la sociedad arrope al presunto maltratador, sino ver cómo insultan todavía más a la víctima". Algunos políticos han mostrado su incomodidad viendo jugar a David de Gea en la Selección. Al ministro de Educación, Cultura y Deporte no le incomoda. Él cree en la presunción de inocencia y ha destacado que ahora "es momento de apoyar a la Selección". También ha recomendado que en este tema deben estar "todos los españoles de acuerdo y no enredar". Son sólo unos hilillos de plastilina. Gol. No ha hecho nada ilegal. Si la supuesta víctima acudió a la cita, algo querría. No hay nada que perdonar, si quieren ir de putas, que vayan. ¿Reprobable? ¿El qué? No hay hechos probados, sólo acusaciones y filtraciones parciales e interesadas. Ahora todo el mundo es culpable hasta que dejen de calumniarle. Pero claro, todo vale para llamar la atención. Para mí, igual de asqueroso o más que los tejemanejes que se les imputan, si fueran verdad. Por los famosos mensajes, que ni la policía y ni el juez se creyeron, ya se ha visto que no existe ningún abuso de la chica y era ella la que quería irse con 5 futbolistas. Que sucediera o no es algo que ustedes no pueden demostrar. Todo esto son comentarios en internet sobre la noticia que ha salpicado a De Gea. Al héroe no se le cuestiona. El fair play es para el juego, no para la vida. A mí, todo el asunto, me da mucha vergüenza. Pero, claro, yo no me siento muy española ni mucho española. Quizás por eso, el otro día, yo iba con Croacia.

martes, 14 de junio de 2016

La princesa perrito caliente

La princesa perrito caliente ( El Periódico de Aragón - 11/06/2016 )

Tengo un verano en la piel. Las axilas sujetan los grados de temperatura y se quejan en cerco cuando ya no pueden más. Hace demasiado calor para soportar unas elecciones. Hace demasiado calor para soportar. No nos soportamos. Ni siquiera cuando hace frío. Si se te enfadan los poetas, te quedas sin belleza en las palabras. A ver cómo consigues que no suene mal lo que digas si sólo puedes poner en las frases fanfarria, tocinera, esparadrapo o austeridad. Así no se puede hablar en limpio. Tenemos el enfado guardado en la roña de las uñas y lo lanzamos al menor grito. Creemos que cualquier opinión merece un reproche y ahí estamos para hacer notar nuestro malestar. En público y con faltas de ortografía. Acudimos a un muro de una red social y afeamos la conducta a alguien. Pedimos respeto esparciendo intolerancia. Nos da igual que se hable del color favorito, de cómo cocina el pisto fulanito o de un chiste. Todo nos parece mal. Saltamos a la mínima. Me asombra que lo otro, lo demás, lo contrario o lo diferente nos perturbe. Es como si todavía nos cogiera por sorpresa que la arena de la playa nos queme las plantas de los pies al andar por ella un mediodía caluroso de agosto. A veces, ni siquiera esperamos a que alguien manifieste su opinión, sólo por ser, y estar, nos creemos con el derecho a ladrarle. El otro día paseaba con mi hija. Ella iba en el carro, plácidamente dormida. Extendí la capota del carro para evitar que le diera el sol en la cara. Una señora me chilló desde la ventana de su tercer piso. Me afeaba lo mal que llevaba a mi bebé, que estaba pasando mucho calor porque iba muy abrigado. A gritos, desde su tercer piso. No había nadie más en la calle con su hijo vestido de esquimal, no, se dirigía a mí. A mí, que llevaba a una hija que dormía tranquila, y ligera de ropa, debajo de una capota que impedía que la señora del tercero viera cómo iba vestida.

Nos hemos acostumbrado a ser chusma y a derramar ponzoña. Sin embargo, nos cuesta ejercitar el análisis. En este país se practica el exabrupto, pero no la crítica. Muchos te voy a decir lo que tienes que hacer, estás equivocado, no tienes ni idea, ese planteamiento no es correcto, te has pasado, no llegas, lo haces mal, por ahí no, ya estamos con la cantinela, eso lo dirás tú, te voy a contar cómo son las cosas, qué tontería, qué feo, qué error, tanto vete con tu canción a otra parte, tantos guardianes del aliento dispuestos a atrincherar mi paladar con sus vómitos y tantos esfuerzos en tocar las narices para que luego nos pille a contrapié que nos hagan una crítica. Con sus argumentos, con el conocimiento de la cuestión planteada, con sujeto y predicado. Estamos tan crispados que nos enfada que alguien se atreva a cuestionar una verdad absoluta. Vas a una lista negra. Una niña gana un concurso de princesas disfrazada de perrito caliente. Querer ser tú sin pretender insultar al resto. La elegancia de no chillar desde un tercer piso.

jueves, 2 de junio de 2016

Inventar el recuerdo

Inventar el recuerdo ( El Periódico de Aragón - 28/05/2016 )

Mis abuelos vivían en una parcela en Torrero, en la calle Hermanos Gimeno Vizarra. Tenían un corral en el que también había casas aunque yo las conocí deshabitadas y casi derruidas. Ahí estaba también el antiguo taller de mi bisabuelo. Era herrero y en el corral tenía la fragua. Esta frase está escrita sólo para utilizar la palabra fragua en el texto. Mis abuelos se construyeron una planta que era donde vivían cuando yo era pequeña. En la planta de abajo seguía viviendo mi bisabuela Juana. Yo la conocí de muy cría. Mi madre dice que no puedo tener recuerdo de ella y, en caso de tener alguno, será inventado. Yo recuerdo perfectamente como la llamaba a gritos cuando llegaba porque me daba caramelos. Y tengo la imagen de llamar a su puerta un día y que lo que me diera fuera una mecedora. Mi madre, conciencia de la memoria, insiste en que eso no fue exactamente así. Con siete u ocho años, volviendo del colegio una tarde, le di el regalo que habíamos preparado para celebrar alguno de esos días que se conmemoraban con un cenicero de barro. Mi madre me dijo que ya tenía muchos ceniceros y que no me quedaban muy bien. Me animó a que la próxima vez que la profesora nos pidiera moldear un regalo, yo dejara el barro y escribiera un poema. No me causó un trauma porque soy hermana mayor y tengo muy buen carácter. Pero lo recuerdo nítidamente. Mi madre dice que eso no ocurrió. Entre lo vivido y lo inventado puede haber dos historias de distancia. Aunque no estén tan lejos. Me gustaba inventar cuentos y en una ocasión tuve que inventar de propio un recuerdo. De sopetón y a vuelapluma. Mi padre me ayudaba con los dibujos técnicos del instituto. Mi falta de pericia con las manualidades me ha acompañado como mis lunares, toda la vida. Teníamos que trabajar la perspectiva y yo llevé un dibujo preciosamente hecho por mi padre. Era un salón con su suelo de baldosas cuadradas, con sus paredes, su mesa, sus marcos... Un dibujo demasiado bien hecho porque mi padre no podía presentar algo mediocre. Era tan bueno que el profesor dudó de que hubiera sido realizado por mi escaso talento. Así que me tuvo sentada en una mesa aparte toda una clase para que le demostrara que lo había hecho yo. Tuve que inventarme el recuerdo de hacerlo y tuve que imaginar que lo podía hacer. Ahí estuve trabajándome el personaje, valorando pinceladas, estudiando medidas, sonándome los mocos y cualquier otra acción que me ocupara los minutos. No sé cómo convencí al profesor de que lo había hecho yo. Me apunté a teatro ese mismo día. Los recuerdos son como los espacios en los que jugaste de niña. Se hacen pequeños a medida que pasa el tiempo y tienes que inventarlos para ampliar huecos. El salón de la casa de mi pueblo siempre me había parecido enorme. Hasta que mi piel se vistió de adulta. ¿Cómo quedará cosido en cada cuerpo el recuerdo de lo que estamos viviendo ahora? Llegan un puñado de refugiados. Dar la sensación de que se hace algo. Qué miserables somos. Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.