Pregón de las fiestas del Pilar. Cientos de personas se amontonan detrás de las vallas para poder ver el desfile que organiza el ayuntamiento por el centro de la ciudad. Un montón de niños esperan para ver la cabalgata de disfraces, carrozas, bailes, colores y músicas. Lo que se encuentran en esa espera es lamentable. Es el pasacalles de la Federación de Interpeñas de Zaragoza. Una sucesión de camionetas con gente gritando y bebiendo. Lo que inaugura las fiestas del Pilar es una ristra de borrachos. Es la primera imagen de una celebración de la que no resulta difícil sentirse extranjera. Y no es porque yo no me emborrache de vez en cuando. Tampoco me escandaliza que los peñistas lo hagan. Lo que me cuesta más entender es por qué razón se consiente que la borrachera sea la verdadera pregonera de todas las fiestas, año tras año. Y luego están las campañas contra el consumo de alcohol, los intentos de promover el ocio saludable o los esfuerzos por hacer unas fiestas integradoras. Está todo eso y está el olor a cogorza, como cartel anunciador de los festejos. Ningún equipo de gobierno se ha atrevido a cuestionar el protagonismo de los peñistas en las fiestas. Lo normal es esto. Hacerle frente es buscar un conflicto. Salirse de la línea marcada por el grupo supone enfrentarte a todos y quedarte al margen. De los cinco supuestos violadores de San Fermín, a ninguno le pareció que estaba cometiendo una aberración. Asusta que una persona se sienta con el derecho de abusar de otra, pero es perturbador que de un grupo de cinco, nadie repruebe el comportamiento del resto. Francisco Correa declara en el juicio de Gürtel. Asume las comisiones que cobraba por conseguir licitaciones a empresarios. Las cosas se hacían así, era lo normal. No se ponía en duda. Dice que no era consciente de que estaba cometiendo algún delito. Él sólo hacía lo que hacía el resto. A Bob Dylan le han dado el Nobel de Literatura y a muchos literatos les escuecen las palabras. Como si la literatura fuera un carné y él no fuera de los nuestros. De pequeña me aburría en el colegio. Un día me castigaron con escribir cien veces la definición de sustancia pura, no la había sabido decir en clase por estar hablando con un compañero. Sustancia pura: se caracteriza por poseer una composición siempre constante, además de una serie de propiedades características de esa misma sustancia. Han pasado más de veinte años y recuerdo la frase exacta porque me hicieron repetirla, pero todavía hoy no sé exactamente qué es una sustancia pura. Me metieron en el redil, en clase, en el grupo. Mi hija el otro día me trajo su primer dibujo de la guardería. Había coloreado la plantilla de una niña. El pelo, la ropa, la piel. No se salía de la raya. Y por ahí no paso. Cogí un papel y dibujé una cara. La pintamos por todo, y nos salimos de la línea como si dependiera de nosotras que, alguna vez, lo diferente pueda ser lo principal del dibujo. H
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