Inventar el recuerdo ( El Periódico de Aragón - 28/05/2016 )
Mis abuelos vivían en una parcela en Torrero, en la calle Hermanos Gimeno Vizarra. Tenían un corral en el que también había casas aunque yo las conocí deshabitadas y casi derruidas. Ahí estaba también el antiguo taller de mi bisabuelo. Era herrero y en el corral tenía la fragua. Esta frase está escrita sólo para utilizar la palabra fragua en el texto. Mis abuelos se construyeron una planta que era donde vivían cuando yo era pequeña. En la planta de abajo seguía viviendo mi bisabuela Juana. Yo la conocí de muy cría. Mi madre dice que no puedo tener recuerdo de ella y, en caso de tener alguno, será inventado. Yo recuerdo perfectamente como la llamaba a gritos cuando llegaba porque me daba caramelos. Y tengo la imagen de llamar a su puerta un día y que lo que me diera fuera una mecedora. Mi madre, conciencia de la memoria, insiste en que eso no fue exactamente así. Con siete u ocho años, volviendo del colegio una tarde, le di el regalo que habíamos preparado para celebrar alguno de esos días que se conmemoraban con un cenicero de barro. Mi madre me dijo que ya tenía muchos ceniceros y que no me quedaban muy bien. Me animó a que la próxima vez que la profesora nos pidiera moldear un regalo, yo dejara el barro y escribiera un poema. No me causó un trauma porque soy hermana mayor y tengo muy buen carácter. Pero lo recuerdo nítidamente. Mi madre dice que eso no ocurrió. Entre lo vivido y lo inventado puede haber dos historias de distancia. Aunque no estén tan lejos. Me gustaba inventar cuentos y en una ocasión tuve que inventar de propio un recuerdo. De sopetón y a vuelapluma. Mi padre me ayudaba con los dibujos técnicos del instituto. Mi falta de pericia con las manualidades me ha acompañado como mis lunares, toda la vida. Teníamos que trabajar la perspectiva y yo llevé un dibujo preciosamente hecho por mi padre. Era un salón con su suelo de baldosas cuadradas, con sus paredes, su mesa, sus marcos... Un dibujo demasiado bien hecho porque mi padre no podía presentar algo mediocre. Era tan bueno que el profesor dudó de que hubiera sido realizado por mi escaso talento. Así que me tuvo sentada en una mesa aparte toda una clase para que le demostrara que lo había hecho yo. Tuve que inventarme el recuerdo de hacerlo y tuve que imaginar que lo podía hacer. Ahí estuve trabajándome el personaje, valorando pinceladas, estudiando medidas, sonándome los mocos y cualquier otra acción que me ocupara los minutos. No sé cómo convencí al profesor de que lo había hecho yo. Me apunté a teatro ese mismo día. Los recuerdos son como los espacios en los que jugaste de niña. Se hacen pequeños a medida que pasa el tiempo y tienes que inventarlos para ampliar huecos. El salón de la casa de mi pueblo siempre me había parecido enorme. Hasta que mi piel se vistió de adulta. ¿Cómo quedará cosido en cada cuerpo el recuerdo de lo que estamos viviendo ahora? Llegan un puñado de refugiados. Dar la sensación de que se hace algo. Qué miserables somos. Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.
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