La princesa perrito caliente ( El Periódico de Aragón - 11/06/2016 )
Tengo un verano en la piel. Las axilas sujetan los grados de temperatura y se quejan en cerco cuando ya no pueden más. Hace demasiado calor para soportar unas elecciones. Hace demasiado calor para soportar. No nos soportamos. Ni siquiera cuando hace frío. Si se te enfadan los poetas, te quedas sin belleza en las palabras. A ver cómo consigues que no suene mal lo que digas si sólo puedes poner en las frases fanfarria, tocinera, esparadrapo o austeridad. Así no se puede hablar en limpio. Tenemos el enfado guardado en la roña de las uñas y lo lanzamos al menor grito. Creemos que cualquier opinión merece un reproche y ahí estamos para hacer notar nuestro malestar. En público y con faltas de ortografía. Acudimos a un muro de una red social y afeamos la conducta a alguien. Pedimos respeto esparciendo intolerancia. Nos da igual que se hable del color favorito, de cómo cocina el pisto fulanito o de un chiste. Todo nos parece mal. Saltamos a la mínima. Me asombra que lo otro, lo demás, lo contrario o lo diferente nos perturbe. Es como si todavía nos cogiera por sorpresa que la arena de la playa nos queme las plantas de los pies al andar por ella un mediodía caluroso de agosto. A veces, ni siquiera esperamos a que alguien manifieste su opinión, sólo por ser, y estar, nos creemos con el derecho a ladrarle. El otro día paseaba con mi hija. Ella iba en el carro, plácidamente dormida. Extendí la capota del carro para evitar que le diera el sol en la cara. Una señora me chilló desde la ventana de su tercer piso. Me afeaba lo mal que llevaba a mi bebé, que estaba pasando mucho calor porque iba muy abrigado. A gritos, desde su tercer piso. No había nadie más en la calle con su hijo vestido de esquimal, no, se dirigía a mí. A mí, que llevaba a una hija que dormía tranquila, y ligera de ropa, debajo de una capota que impedía que la señora del tercero viera cómo iba vestida.
Nos hemos acostumbrado a ser chusma y a derramar ponzoña. Sin embargo, nos cuesta ejercitar el análisis. En este país se practica el exabrupto, pero no la crítica. Muchos te voy a decir lo que tienes que hacer, estás equivocado, no tienes ni idea, ese planteamiento no es correcto, te has pasado, no llegas, lo haces mal, por ahí no, ya estamos con la cantinela, eso lo dirás tú, te voy a contar cómo son las cosas, qué tontería, qué feo, qué error, tanto vete con tu canción a otra parte, tantos guardianes del aliento dispuestos a atrincherar mi paladar con sus vómitos y tantos esfuerzos en tocar las narices para que luego nos pille a contrapié que nos hagan una crítica. Con sus argumentos, con el conocimiento de la cuestión planteada, con sujeto y predicado. Estamos tan crispados que nos enfada que alguien se atreva a cuestionar una verdad absoluta. Vas a una lista negra. Una niña gana un concurso de princesas disfrazada de perrito caliente. Querer ser tú sin pretender insultar al resto. La elegancia de no chillar desde un tercer piso.
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