Trapicheos de color carne ( El Periódico de Aragón - 14/02/2015 )
Cuando eres la hermana mayor, aun siendo pequeña, eres algo mayor. A la autoridad moral se llega antes por la maldad que por el tamaño. Yo ya era capaz de engañar cuando todavía no sabía distinguir entre realidad y ficción. Con mi hermana me separaba una distancia de cuatro años y medio de picardía. Yo la aprovechaba para cambiarle varias monedas de un duro y de veinticinco pesetas por una de quinientas. A ella le parecía un chollo porque se iba con varias monedas y yo me quedaba sólo con una. Todo iba bien hasta que un día mi hermana acudió a mi madre y le mostró ilusionada su botín. Mi madre no se quedó conforme con el intercambio y prohibió las transacciones financieras en nuestro cuarto. En el colegio estuve mucho tiempo siendo una de las encargadas de llevar las cajas de pinturas a las mesas grupales en las que estaba dividida el aula. Elegía la mejor caja para mi grupo y seleccionaba las pinturas más bonitas para nosotras. Los compañeros de las otras mesas me acusaban de tramposa y yo me indignaba mucho aunque no sabía lo que era y no estaba tan de moda como ahora. Lanzaba un alegato sobre mi dedicación y sacrificio, mi grupo defendía mi honorabilidad y ahí no había pasado nada. Al día siguiente le ponía el color carne al grupo de insurrectos para que no convocaran otra protesta en mi contra. Me hice pasar por alérgica a la tiza para no salir nunca a la pizarra y me las arreglaba para utilizar el cepillo de dientes de mis compañeros, pero eso no lo hacía por maldad sino por tener un cuerpo ajeno a la propiedad privada. Yo pensaba que se compartía. En el comedor escolar aprendí lo que era el estraperlo y crecí sintiendo que tenía la culpa del hambre en el mundo al dejarme siempre comida en el plato. Hacíamos pellas en el instituto y pedíamos dinero para el autobús que en realidad era para irnos al bar. Un día me encontré en la calle una cartera. La debían de haber robado porque no llevaba dinero. Sí tenía la identificación y tarjetas. La podía haber devuelto pero me la quedé. Era una cartera de marca y yo era pobre y estaba enamorada. Conseguí que mi novio me quisiera mucho por ese regalo. De adulta he engañado a mis padres, me he portado mal con mis novios, he decepcionado a amigos y me he equivocado muchas veces. "¿No tienes la sensación de que todo es amable ahora? Hay algo de mentira en cada producto. Los cuchillos tienen que aparentar que no cortan, las sartenes parecen objetos decorativos, nada tiene aristas y luego llega la gente, se roza con la realidad y se siente desamparada". Esto dice David Trueba en su libro Blitz. Incluso llegamos a moldearnos así, con la mentira como troquel de lo que somos. Quizá sólo se trata de ser honestos con nuestros embustes. No pretendo que gobierne la pureza porque todos tenemos astillas. Pero, si lo viejo se va por traidor, lo nuevo no puede llegar falsificando principios. Bueno, tú vótame y te daré la pintura de color carne.
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