sábado, 27 de abril de 2013

Palabras de la vida que nos pasa

Palabras de la vida que nos pasa ( El Periódico de Aragón - 27/04/2013 )


¿Te imaginas que un día los voceros del mal se queden sin palabras? Que les vuele la tiranía y caiga sin protección sobre los huecos en blanco. Les huya el aliento de la voz, les calle el silencio y les duela la expresión punzante de un decir que se les escapa. Que se vuelva sólida su saliva y se les rompa la prosa. Que el frenillo de sus lenguas tenga el pudor que a ellos les falta. Que finalmente nuestra miseria se les adhiera a la garganta y se atraganten, se les cuele nuestra desesperación por las rendijas de un suspiro y se pongan a tiritar de frío sus cuerdas vocales. Que enmudezcan sus sonidos, que su decir se les hunda en el vacío de una vida hueca, sin nada. Y así no tengan nada con lo que sacudirnos, porque ninguna medida se puede implantar sin ser mencionada en alguna parte, porque de ningún derecho se nos puede desposeer sin las palabras que lo cercenen. Tendríamos todas las palabras para nosotros. Para imaginar sin que desahuciaran nuestros relatos.
Dedicar una palabra y que se quede suspendida en el aire, justo encima de ti, esperando su turno para caer con todo su peso sobre tu propia frase. Estirar el texto para hacer un cable en el que creerte equilibrista ¿El horror necesita adjetivos? Regalar tus nombres para asegurarte el que te llamen. Sujetarte al lenguaje para mantener la cordura. Escabullirte en un giro lingüístico. Dejarte llevar por la locura en un rato de lectura. Que te toque una letra que te haga bailar. Abandonarte a ser zarandeado por un diálogo. Leer un libro por inmersión. Acompañar un duelo. Hacer esgrima con la ironía. Detenerte en lo importante mientras lo urgente grita. Herir, zozobrar, desahogarte, preguntar, agradecer, suspirar, amar, reír, cuestionar, llevar la contraria. Decir te quiero o requiebro, que suenan igual. Equivocarte en el adjetivo y el pronombre. Hacerte verbo y ponerte a dictar sentencias en imperativo. Cobijarte en una pausa dramática. Replegar recursos estilísticos y dejar desnudos a los caracteres.
Evitar que nuestros espacios aparezcan pintados de blanco. Somos vulnerables, pero el lenguaje acota el miedo cuando consigue nombrar nuestros monstruos. "No tengo palabras" decimos cuando el dolor es tan grande que nos secuestra el habla. Lo que no se menciona sigue existiendo aunque no lo nombres. Lo que hiere sigue ahí aunque lo encapsules al vacío de la no alusión. Ocupar el lenguaje, referir lo que se trata de acallar, es una manera de rebelarnos contra ese algo que nos escuece.
Si dejamos que se nos lleven las palabras, expondremos al olvido nuestra capacidad de expresarnos y de reconocernos. Si no nos mencionamos, desaparecerá lo que nos contiene, se le irán difuminando los bordes hasta que nos borremos. Por eso me agarro al lenguaje para clavarme dentro lo que no quiero que se me desdibuje. Para hacerme un traje impermeable a la asepsia emocional y seguir dejando que las palabras me calen. Las de una conversación, una historia, un libro, una película, una canción o un momento concreto. Las de la vida que nos pasa.

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