Hemos
llegado a un momento en que las cortinas de humo que desvíen la
atención, son casi más perversas que aquello que tratan de tapar.
Hace
unos meses, Alberto
Ruiz-Gallardón
denunció que las mujeres sufríamos una especie de “violencia de
género estructural por el mero hecho del embarazo”. El Ministro de
Justicia esgrimía que “el legislador no debe ser indiferente a la
situación de muchas mujeres que ven violentado su derecho a ser
madres por la presión que ejercen a su alrededor determinadas
estructuras”.
Hay
que tener mucho estómago para hablar de violencia estructural
mientras su gobierno desmantelaba la Ley de dependencia, un intento
de favorecer la conciliación familiar y laboral, recortaba en
sanidad, educación y servicios sociales o aprobaba una Reforma
Laboral que avalaba que el que la baja maternal pueda ser considerada
absentismo laboral y por tanto, motivo de despido objetivo.
Con
tanto recorte, risas de Montoro,
Rajoy
y sus líos europeos y sus cosas, el que le jodan de la Fabra
y demás, Gallardón
se había tenido que retirar a un segundo plano mediático. Eso tenía
que remediarlo y lo hizo por la puerta grande. Anunció cambios en la
Ley del aborto. Plantea suprimir la irrupción voluntaria del
embarazo contemplada en la Ley de 2010 para ir a una incluso más
restrictiva que la de 1985, eliminando los supuestos de violación y
malformación del feto y dejando exclusivamente el daño psíquico
para la madre como única causa para interrumpir el embarazo. Eso sí,
siempre y cuando ese daño sea reconocido por un especialista médico,
no nos vayamos a creer que las mujeres somos capaces de decidir por
nosotras mismas lo que nos daña y lo que no.
Gallardón
alude a cuestiones éticas para justificar su intención de reforma
de la Ley del aborto. Como si él fuera dueño de la ética, y por
esa razón puede imponer al resto de la ciudadanía sus propias
consideraciones morales mediante una ley. La maternidad es una
opción, no una imposición legal. Debe surgir de una decisión libre
y consciente. Es un derecho ser madre, y es un derecho no serlo. La
verdadera violencia estructural reside en anteponer una creencia
personal al incuestionable derecho de la mujer de decidir sobre su
propia vida. Violencia estructural es penalizar el aborto y convertir
a la mujer en sospechosa habitual. Supongo que bajo su visión, la
toma de pastillas anticonceptivas nos convierte en asesinas en
potencia.
¿Que
tiene contra las mujeres, señor Gallardón?
¿con qué nos sorprenderá la próxima vez que necesite un hueco en
la agenda mediática? ¿Prohibirá el divorcio? ¿impedirá por
decreto ley que las mujeres trabajemos fuera de casa? ¿necesitaremos
al padre o marido para abrir una cuenta o firmar un contrato?
¿instaurará la postura del misionero como la única posible en este
nacionalcatolicismo?
No
necesitamos tutores, señor Gallardón.
Si lo que usted quiere es defender el derecho a la vida, preocúpese
de garantizar a la ciudadanía el derecho constitucional a una vida
digna. Ocúpese de la justicia, que falta nos hace, y no nos toque
los ovarios.
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