lunes, 22 de mayo de 2017

Hasta la próxima

Artículo publicado en El Periódico de Aragón el 20 de mayo de 2017.

Últimamente se me hace muy cansado aguantar a ciertas personas. Como, por ejemplo, a Susana Díaz o a mí. Con Susana Díaz no puedo hacer nada. Ahí está, diciendo que el movimiento 15M se indignó por no tener una casita en la playa. A ver si nos habíamos creído que las hijas de los obreros podíamos estudiar una carrera universitaria. Alejarse de ella es tan fácil como apagar la televisión y no abrir los periódicos. Tan difícil como no ver su cara o sus últimas declaraciones al asomarte en redes sociales. Pero estoy lejos de ella. Yo sé lo que es la concordancia gramatical y no creo que la cultura sea sacarle los dineros a los asiáticos que visitan las playas españolas. Eso significa estar lo suficientemente lejos como para que no me alcance toda su tontería. La otra persona que me cansa soy yo. De mí me resulta más difícil librarme. Soy pegajosa y no me despego de mi cuerpo. No puedo no ser yo, pero puedo dejar de opinar y conseguir, de esta manera, contener el derrame de mí misma. Me he aburrido de mí, yo, que no sé aburrirme. Desde que estoy escribiendo en este hueco han sucedido muchas cosas. Varias elecciones, demasiadas corruptelas, varios trabajos, muchos abrazos y risas, dolores, algunos libros, una hija. He intentado hablar desde un nosotras que no me ha salido. Escribir desde el yo es hacer la coreografía de un solo que no permite disimular los fallos. Me he equivocado sola. Me he sujetado en libros, en canciones, en imágenes. Me he mostrado sin diluirme en una masa que hiciera más fuerte lo que yo decía. He buscado contar contándome. He procurado estirar los márgenes de una columna de opinión para que me cupiera algo distinto. Me ha desfondado tanto la actualidad política que el análisis se ha convertido en un ardor de estómago que no cesa de repetirse en mi esófago. Me he repetido, me he plagiado, me he robado las palabras de una columna a otra porque todo ha cambiado tanto que no se ha movido del sitio. Siguen oliendo a col muchos de los días. Me han hastiado las entregas y no por el esfuerzo en escribirlas. Cada vez he invertido menos tiempo en ellas. Y eso me escuece. No quiero que escribir no me cueste. Quiero dejar mis trozos en las frases. Quiero disfrutar, embadurnarme con lo dicho, enfadarme, pelearme conmigo, avergonzarme, corregirme, humillarme, felicitarme, provocarme, llevarme la contraria. Echarme de menos. Quiero sentir sin acomodarme. Quitarme las ruedas pequeñas de la bici. Por eso tengo que salir de este espacio. Quiero seguir escribiendo sin que se me manchen los textos de nombres en negrita. Y seguir saltando en una cama elástica con las letras. Escribir, escribir siempre.

Este tenía que ser el último artículo donde cada palabra fuera luminosa. Pero las chicas de barrio somos más de adoquines que de alfombras rojas, más de salidas de emergencia que de puertas con soportales. No sé hacerlo bien y no me gusta recrearme en la despedida. Cuelga tú, no, tú primero. Colgad vosotros.

Gracias, a todo el mundo menos a Susana Díaz.

Hasta la próxima.

lunes, 8 de mayo de 2017

Poeta o muerto

Artículo publicado en El periódico de Aragón el 6/05/17

Me pegué todo un curso escribiendo poemas que pusieran contexto a muchos trabajos de Historia. Los escribía yo, pero decía que eran de Gabriela Mistral o de Gil de Biedma, entre otros. La profesora me decía que estaba muy bien apoyarme en la literatura para explicar lo que somos. Supongo que la tosquedad de lo que yo podía ser capaz de escribir daba demasiadas pistas acerca de la autoría de esos poemas. Imagino que ella era consciente de que Lorca no me había cedido esas torpes palabras. Pero era lo de menos. Lo de más para ella, quiero creer, era que me preocupaba de leer e intentaba coser mis propios textos que sirvieran para conducir el relato de lo estudiado. Me acuerdo de esto porque hace unos días saltó la noticia de que el Gobierno quería eliminar la Literatura Universal del Bachillerato. Ya era una asignatura con poco público, no optaban a ella los alumnos de Ciencias, y ahora tampoco podrán acceder los de Humanidades. Dejar el Bachillerato sin literatura es abrir una grieta para construir edificios sin paredes maestras. Se caerán. Nos caeremos. La literatura no sirve para nada, sólo nos explica. Nos ayuda a entender el mundo, nos cuenta, nos da respuestas y nos provoca nuevas preguntas. Y eso es nada. No es un conocimiento productivo. No levanta edificios, no hace carreteras ni especula con inversiones. No innova, ni puede presentar cada año un nuevo producto con más resolución de pantalla y millones de píxeles. Es un pesado baúl de recuerdos en una vida que avanza muy rápido y en la que no se pueden llevar las mochilas tan cargadas. Se nos resiente la espalda. Quizá por eso se quiere dejar también el cerebro hueco. Que no nos pese. Lo próximo será meter clases de cómo montar muebles de Ikea o enseñar a cocinar cupcakes. Eso sí que sirve para algo. No hace falta la música, ni la filosofía, ni tampoco la literatura. Los profesores dejan de ser maestros para convertirse en entrenadores. Entretenerse con el Siglo de Oro es una estupidez cuando puedes aprender a ser una influencer. ¿Qué trabajo puedes conseguir gracias a Cervantes? ¿Cuánto puntúan en el currículum los versos de Machado? ¿Acaso es el Boom latinoamericano una escuela de negocios? Queremos tener un sistema educativo en el que entren estudiantes y salgan mecánicos de una cadena de montaje. Y con el espíritu crítico hacemos cuentas. Me llevo tres. Tú le echas mucha literatura a todo, me decía mi madre, como si fuera sal. Sin ella la vida no sabe a nada. La literatura nunca me ha dado dinero, pero toda mi pobreza es rica. En tiempos de odas a la productividad, no hay nada más revolucionario que perder el tiempo haciendo nada, sólo leyendo. No hay nada más revolucionario que la literatura. Decía Gloria Fuertes en uno de sus poemas: Nací para poeta o para muerto, / escogí lo difícil / —supervivo de todos los naufragios—, / y sigo con mis versos, / vivita y coleando.

En tu culo explota

Artículo publicado en El Periódico de Aragón el 22/04/17.

Me sorprende cómo se utiliza el término libertad. Como si fuera un insulto con el que dar una bofetada al otro, una bomba fétida de la que huir y una habitación del pánico en la que encerrarte. La libertad se saca de los bolsillos como si fueran las monedas para el café, que golpean en la barra reclamando al camarero. Y valen para pagar un cortado o una cerveza, igual que la libertad se puede utilizar de una u otra manera. Incluso se está a favor y en contra de ella al mismo tiempo. Te escudas en la libertad y acudes, libre, a hacer trinchera a la entrada de una clínica en la que se practican abortos para impedir que haya mujeres que ejerzan la suya. Cenas libertad de expresión y vomitas tuits que te pueden llevar a la cárcel. Con los refugiados no se puede utilizar la libertad. Que no entren, no pueden pasar, no caben. Hacer boicot a una compañía y que te pillen tomando unos refrescos de esa marca. Tarjeta amarilla. A la próxima, expulsión. Ni siquiera podrás cantar el Libre de Nino Bravo. No se dice guardería. Los antitaurinos no se duchan es el argumento empleado por un torero para defenderse. La libertad también es una tapa y está en las vitrinas de los bares, al lado de una banderilla y de dos guardias civiles. Me comí una el otro día. Tu libertad acaba donde empieza la del otro. Te lo explican así y no te dicen que la frontera puede estar llena de vallas y pinchos. O que el espacio del otro es mucho más grande. O que su libertad es una mancha de aceite y se desparrama fuera de sus límites. O que se mueve. O que aparece y desaparece. Mentira.

Un hombre elige morirse y no existe la libertad para hacerlo. Tiene que estar preso de una decisión que no le dejan tomar. Hay libertad para que las procesiones ocupen las ciudades y el silencio. Nuestro descanso, las calles, nuestra vida cotidiana...Todo esto queda preso. Porque hay libertades que son como los matones del colegio, y no saben ser libres sin pasar como apisonadoras por las de los demás. En Málaga, una procesión hace una parada en un hospital y los pacientes de urgencias son trasladados a otros hospitales ante la imposibilidad de acceder al centro. Porque la libertad religiosa, católica, está muy por encima de la salud y de los servicios públicos. Libertad, pone en las pancartas de las familias que salen a manifestarse a favor de la enseñanza concertada. Hay menos niños y el gobierno plantea que se dejen de financiar aulas. El sistema de conciertos venía a ayudar a la enseñanza pública cuando esta no llegaba a atender toda la demanda de escolarización. Estos años se han cerrado unas treinta aulas en la pública sin tocar la concertada. Es como si se cerraran hospitales públicos para que el estado financie que unos pocos vayan a la sanidad privada. Se escupe libertad para mantener los privilegios, no para pelear por los derechos de todo el mundo. Si fuera así, se hubieran manifestado también cuando se cerraron aulas en los coles públicos. Parece que eso no molestó a su libertad. Rebota, rebota y en tu culo explota.

martes, 11 de abril de 2017

Cefalópodos

Ver aquí el artículo publicado en la web del Periódico.

Me cruzo con una imágen en la televisión. Alguien canta. No desentona, pero no me gusta. Le aplauden y le dicen que tiene mucho talento. Todo el público que está encerrado en mi tele parece muy entusiasmado con la actuación. Te mereces tener éxito en el programa, le dicen. Éxito. Se da por hecho que todo el mundo entiende lo mismo cuando se lanza una frase sujeta a este concepto. Es unívoco. Uno, grande y libre. Conseguir más, ser el mejor. No derramar el café, que mi hija sonría al verme, que los vaqueros me queden un poco más holgados, sacar algo de tiempo para leer, no llegar a salir mojada de la ducha para darme cuenta de que no tengo toalla. Todo eso es el éxito para mí. Algo muy alejado a las personas que participan en un concurso de talentos. Apago el televisor sin entender muy bien qué mecanismos mueve el éxito para que, en demasiadas ocasiones, triunfen cosas que me resultan ajenas o contrarias a lo que a mí me gusta. Desde Mariano Rajoy a algunos premios literarios, pasando por una consulta ciudadana que eligió pintar un puente zaragozano de blanco y azul o Trump. Es fácil abrir grietas en el juicio al ganador, sí, porque escrutamos desde el otro lado. Desde el no ganar, aunque no signifique necesariamente perder. Me vuelvo a encontrar con el programa de televisión en las páginas del periódico. Se comenta la final de dicho programa. Yo sólo he visto dos minutos y no me he enterado de la polémica. Parece ser que en el programa participaba gente con algún talento reconocido como tal por el gran público, y luego gente que iba a demostrar su talento incomprendido. A mí me da mucha vergüenza las personas que se toman en serio y no son conscientes de su ridículo, pero me provoca mucha ternura aquellas que se ríen de los demás jugando al despiste con el absurdo. Eso es otro tema. Según recogía el periódico, uno de los finalistas era un bailarín de dudoso gusto estético y de cuestionables habilidades para el baile. Pero se colocó en la final gracias al apoyo de la audiencia. Es lo que pasa cuando dejas a la gente participar. Un miembro del jurado cuestionó un sistema de votación que pudiera hacer ganador a alguien así. Y, según contaba el artículo, esto movilizó a un ejército de internautas que comenzaron a hacer campaña en un conocido foro para que ganara el bailarín de danza desencajada. Y así pasó. Ganó la patada en la boca a quien se toma en serio el ridículo y solemniza con el éxito. Y a mí, que no sé de qué iba la película, siempre me da una especie de gusto infantil las causas que desmontan aplausos enlatados y le dan un golpe al éxito en pleno hueso de la risa. Lo que le ha faltado a Errejón para ganar su batalla a Pablo Iglesias ha sido Forocoches. Pero qué sabré yo de lo que mueve a la gente para hacer algo.Pepín Tre, dice, en muchas de sus actuaciones, que a él le daba igual ser un ser humano o un cefalópodo, porque él se iba a seguir levantando a las seis de la mañana para fumar. Pues eso.

Tirarse de un puente

Ver aquí el artículo publicado en la web del Periódico.

Si los demás se tiran de un puente, ¿tú también te tiras? Así se tejía la personalidad de una chica de barrio en los años ochenta. La frase le servía a mi padre para contestarme a las peticiones que trataba de justificar con una inercia grupal. Los padres de Ana le han comprado un walkman muy chulo, yo también lo quiero. Marta puede estar en la plaza hasta tarde, ¿por qué a mí no me dejas? El examen era muy difícil, hemos suspendido casi todos. Los padres de Ramón le dejan quedarse hasta tarde viendo la televisión. Todo se podía responder con la pregunta sobre tirarse del puente. Había otras variaciones, que se utilizaban, sobre todo, en los desacatos a la ley parental: Cuando seas mayor, comerás huevos y a ver si hasta las moscas van a fumar en pipa. Pero yo, ahora, me he vuelto a ver en ese puente que me decía mi padre, lanzándome al agua siguiendo a una manada de zombis. Mi magdalena de Proust ha sido una mediática periodista y sus declaraciones sobre la maternidad. Ha escrito un libro que pretende desmitificar la visión idílica que se trasmite sobre el hecho de ser madre. Esto ya me pone en alerta. Me provoca rechazo esta especie de iluminados sanadores que vienen a curar nuestra ignorancia. En las entrevistas que concede promocionando su libro habla de su frustración ante una maternidad que le supuesto un «sacrificio estratosférico», ya que «tener hijos es una pérdida de calidad de vida». Ella se ha propuesto contar la maternidad «de verdad», sin ocultar «la dureza, las dificultades extremas y los inconvenientes insoportables». Parece que, en lugar de hablar de los hijos, se está refiriendo a trabajar en las minas del coltán, durante veinte horas al día. Además, si ella tiene la verdad, es porque las demás somos madres de mentira. ¿No sientes la maternidad como un gulag asfixiante? Ah, pues eres una falsa. Me sorprende que se abandere la lucha contra un supuesto relato único expresando, al mismo tiempo, un relato único. La visión de la maternidad no es como nos lo habían contado, la maternidad es horrible, lo que pasa es que la gente no lo dice. ¿Quién eres tú para decidir cómo tenemos que vivir la maternidad las demás? Un discurso de calado no puede cobijarse en la generalización. Tener un hijo «destruye tu vida de la noche a la mañana». «Todas las parejas se han imaginado alguna vez tirando al niño por el balcón porque ya no pueden más». Así se lucha contra el patriarcado, los tópicos y los edulcorantes de la maternidad, sufriendo por tener hijos como si fueran hemorroides. Dice que se siente engañada con el relato que le habían contado sobre la maternidad. Me sorprende que su sentencia haya sido bien acogida por varias feministas. Supone asumir que nosotras, las mujeres empoderadas, somos presa fácil del engaño. Qué fiasco, te haces madre por impulso, por dejarte llevar, por la imagen que te habían vendido, y no por un deseo íntimo. Aquello de decidir por ti misma si te tiras por un puente.

Esquiar sin nieve

Ver aquí el artículo publicado en la web del Periódico.

El articulismo está hecho de vísceras. Los textos se escriben con lo que se te queda atascado en las tripas. Casi siempre con aquello que te duele o escuece. Nos encontramos con cosas que nos agradan. Leemos artículos o entrevistas interesantes. Le damos al «Me gusta» y seguimos viendo el resto de publicaciones. Rápido. En las polémicas nos detenemos. Las viralizamos. Nos enfadan. Lo contamos. Dejamos que nos manchen y lo ponemos todo perdido. Arrinconamos la belleza compartiendo un vómito tras otro. Como si nuestras vidas tuvieran más resacas que fiestas. Y sí, tenemos un mundo horrible en muchos de sus trozos. Tratamos de poner la voz como remache. Le rasgamos las junturas y volvemos a cosérselas de una forma menos fea. Siguen asesinando a mujeres, ocurre en todos los muros pero no en las portadas de los periódicos. No abre telediarios. Es complicado ponerle freno a golpe de clic. Un autobús, que nos habla chillando, se detiene en nuestras pantallas para agarrar bien fuerte nuestra indignación y que no se nos despiste. Los niños tienen pene. Las niñas tienen vagina. Sí, hay que rebelarse contra la intolerancia, pero no sé si también estaremos replicando el grito, amplificándolo. Hacer más grande el despropósito, embadurnar la actualidad de exclamaciones. Intentamos pararlo. Que no llegue al colegio de nuestras criaturas. Ya, también. La lucha hoy va armada de campañas de recogidas de firmas, emoticonos, redes sociales y chascarrillos. Hacer chistes es la mejor manera de desactivar lo solemne. No se dice guardería, se dice escuela infantil. Cuando Irene Montero y Hazte oír se enteren de que mi hija llama Pepe a su muñeca y tati a sus zapatos, me quitarán su custodia. Llamar a las cosas por su nombre. Está muy bien cuidar el lenguaje, pero. Este pero es tan grande como una guardería. También podemos detenernos en las estrecheces de la conciliación, en las pocas plazas de guarderías públicas, en la fragilidad del mercado laboral, en los embarazos como causa de despido... En todo eso. El eurodiputado Janusz Korwin-Mikke ha eructado que las mujeres debemos ganar menos dinero que los hombres porque somos «más débiles, más pequeñas, menos inteligentes». Ahí lo tenemos, un autobús de idiotez participando en la definición de la política europea. Y todavía no hemos generado los muros de contención que nos mantengan a salvo de algunas personas que gobiernan nuestros destinos.

Escribo todo esto y sigo manchando nuestros tiempos con relatos gastrointestinales. Relajemos el enfado. Me encuentro con Adrián Solano, un esquiador venezolano, que llegó al Mundial de Lahti sin haber pisado nunca la nieve. Compitió en esquí de fondo. Sólo había podido entrenar con patines. Le costaba mantenerse de pie sobre los esquís. La organización le obligó a retirarse sin completar la prueba. Lo importante es participar, dijo al acabar. Y ahora ya sé lo que es la nieve.

domingo, 19 de febrero de 2017

Somos ropa

Somos ropa ( El Periódico de Aragón - 18/02/2017 )

Vestirse como mujeres. Esa es la directriz. Incluso si llevas vaqueros, necesitas parecer limpia y ordenada. Pantalones ceñidos. Tener un look adecuado todo el tiempo. Ir con vestidos para causar buena impresión. Parece ser que esas eran las exigencias de Trump a las mujeres del equipo de su campaña electoral. Viste como una mujer, dando por hecho que la visión de las mujeres es única y determinada por un hombre. Por ese hombre. Se viraliza en las redes la campaña #DressLikeAWoman, y mujeres de todo el mundo publican imágenes con diferentes maneras de vestirse. Desde una bata de científica, una toga, uniformes militares, de bomberas o un disfraz de una vagina. Todo vale porque todo es nuestro. Somos lo que nos da la gana. El presentador de la gala de los Premios Goya se pone tacones para hablar del escaso número de mujeres en puestos representativos y de toma de decisiones, en el cine y en otros sectores. Tacones como discurso feminista. Y luego seguimos con los chistes y qué guapa estás, hija. Y el desfile. Porque entramos al juego y nadie quiere salir fea en la foto. Salimos a ver y ser vistas, como la Hermosura de Calderón de la Barca en el Gran teatro del mundo. La actriz y directora Leticia Dolera escribe un texto en el que reflexiona sobre las contradicciones de ser una mujer feminista y dedicarse al mundo del espectáculo. ¿Qué te vas a poner? Es la pregunta más importante. Se planteaba que la alfombra roja es también un relato, como las películas. Y lo que cuenta es que ellos van en pantalones, con zapatos cómodos y sin perder demasiado tiempo en arreglarse. Y ellas no. Sí, se puede cambiar la manera en la que mostrarse en esa alfombra, y también se puede dejar que cada una se vista como le apetezca. Dolera se plantea hablar cuando baje al escenario. Quiere apoyar, de manera pública, el discurso que ha realizado Ana Belén, sobre su hartazgo por que a las mujeres aún nos cueste tanto trabajo que nos reconozcan al mismo nivel que a los hombres. Cuando llega su turno para entregar un premio, se da cuenta de que microfonan a su compañero y no a ella. Dolera pregunta al personal técnico que por qué no le ponen micrófono, que ella quiere decir algo. No hay tiempo, y el vestido que llevas lo hace imposible. Se queda muda, televisivamente muda. «¿Llevar vestido me ha dejado sin voz?», se interroga. Va a ser que la contradicción también es una prenda que siempre llevamos puesta. La ropa habla. Existen camisetas para niñas con el mensaje Guapa como mamá y para niños con la leyenda Listo como papá. Parece quesólo nosotras nos vestimos. Jamás se analiza el discurso de un hombre en función de su ropa. El foco se pone en sus palabras. No siempre sucede así en las mujeres. Disfraz de enfermera sexy para niñas de tres años. Para que entiendan desde pequeñas a jugar con los estereotipos sexistas. El feminismo es el traje que nos vamos cosiendo todo el rato. Y sin el que no debemos salir de casa.

Ahora todo es noche

Ahora todo es noche ( El Periódico de Aragón - 04/02/2017 )

Unos zapatos de punta en los pies de unas piernas vestidas con un chándal. Un traje en un cuerpo dos tallas más pequeño. Una sudadera de pijama, porque para ir a ninguna parte, no importa lo que te pongas. Tres personas vestidas como personajes de un espectáculo. Una representación que sube y baja del escenario para hacer teatro contando la vida. Unas maletas. Unos cubos de basura. Unos carros de supermercado. La escenografía es también un actor pobre. No hay espacio para los tres. Ni en la calle hay hueco para nosotros. Camina de un lado para otro. Mueve la maleta. Tienes que hacer como que viajas, de esta manera conseguirás pasar desapercibido. Ya somos invisibles. Hueles mal. Si no te acercas, no lo notas. Llueve. Aquí no nos podemos quedar. Nos expulsan los lugares. Hambre. La fila de un comedor social. Una bandeja vacía llena de espera y de vergüenza. Es muy difícil repartir esas bandejas sin que el brazo te pese. Estar a un lado o a otro. Estar en un lado y caerte por el precipicio hasta abajo. De repente. Que no me toque a mí. ¿Quién cree que tiene algo para siempre? Te cambio el flan por la sopa. Yo era el mejor vendedor de la empresa. El mejor. Te empiezan a echar de un sitio y te echan de todas partes. Cuando tocas fondo, no hay nada. En el fondo no hay mala racha ni nada. Se solucionará cualquier día. De tanto esperar mañana, me quedé sin futuro. No tengo nada. Tienes frío, eso ya es tener algo. Conozco un espacio al que podemos ir para refugiarnos. Por las cloacas siempre se llega antes a los sitios. Es una obra en construcción, querrás decir en destrucción, porque aquí hace tiempo que nadie hace nada. Todo se nos rompe sin usarlo. Las cosas se echan a perder antes de que sirvan. Este disfraz de rata era lo que necesitaba para canalizar mi impulso emprendedor. En la basura solo hay recuerdos. Los recuerdos, cuando se tiran, son olvidos. Aquí no se devuelve nada de lo que perdimos. Todo se lo lleva el tiempo. ¿Cómo se sale del vacío? Nadie pregunta por ti. La desesperación. Y el miedo a que la muerte no la solucione y la desesperación siga contigo después de muerto. Me han mordido de muchas formas. El teatro. Es una representación. Hacedme rey. No nos vienen a ver. La publicidad, el marketing, todo eso. Y nosotros. Las historias. Las historias que queremos contar. Nuestra historia. Muchas butacas vacías. Cuesta ver cómo habla la miseria. Cuesta mucho ir al teatro. A veces. En ocasiones, también es difícil salir de él. La emoción está sentada con el público. No salimos a recoger los aplausos, que los dejen en el proscenio por si alguien los necesita. Los mendigos del teatro. Resistiremos el asedio de las tropas de la vulgaridad. Fuego a la basura. A la pobreza. El destierro está dentro. ¿Dónde está la justicia poética? Tengan cuidado, la rabia hará grande nuestro fracaso.

Nota: este texto está elaborado a partir de frases del espectáculo Ahora todo es noche, de la compañía La Zaranda.

Susto o muerte

Susto o muerte ( El Periódico de Aragón - 21/01/2017 )

Sucedió en el siglo XX. Conflicto social, político y bélico. La Pasionaria. Inspiró el Guernica de Picasso. Hubo un alzamiento. Tuvo lugar en España. Dio paso a una dictadura. Nacionales y republicanos. Estas pistas puede que no sean suficientes para adivinar que hablamos de la Guerra Civil. No lo fueron para dos concursantes de un programa de televisión. No sabían la respuesta correcta. O no se acordaron de la guerra. Pasó hace mucho tiempo. O los nervios. Lo que sea. Yo no vi el programa, me encontré el momento en un corte de vídeo compartido en una red social. Ya no te hace falta ver las cosas para enterarte de ellas. Todo eran risas al ver a los dos tipos hacer el ridículo. Y a mí, que siempre me va bien reírme, no pude hacerlo. Me espanta que haga gracia la ignorancia. Porque reírse de ella es una manera de relativizarla. Me sorprende que no dé vergüenza no saber, incluso que se haga gala de ello. A mí, que me cobijo en una manta de bochorno si cometo una falta ortográfica, me dan frío unos tiempos en los que parece que la estupidez está mejor vista que el talento. Dos amigas británicas quedan para verse en Málaga porque les sale más barato. Viven en Birmingham y Newcastle. Entre sus ciudades hay 320 kilómetros. Coger un avión y reunirse en Málaga, a 2.000 kilómetros de distancia, les costaba 37 euros más barato que el precio del tren de sólo una de ellas. Lo que el Brexit separa, Ryanair lo une. Esto también ocurre en España. Cuesta menos dinero salir de ella que ir en AVE a Madrid. No sé cómo se quiere hacer patria invitándote a marcharte. «El fascismo sin complejos de Esperanza Aguirre me hace añorar hasta los GRAPO». «A Ortega Lara habría que secuestrarle ahora ». «Street Fighter, edición post ETA: Ortega Lara versus Eduardo Madina». «Franco, Serrano Suñer, Arias Navarro, Fraga, Blas Piñar... Si no les das lo que a Carrero Blanco, la longevidad se pone siempre de su lado”. «Cuántos deberían seguir el vuelo de Carrero Blanco». «Ya casi es el cumpleaños del Rey ¡Qué emoción! (le voy a regalar) un roscón-bomba ». Todo esto son tuits de César Strawberry, líder de la banda de rap Def Con Dos. El Supremo le acaba de condenar a un año de cárcel por estos chistes. Eduardo Madina, uno de los aludidos, ha mostrado su rechazo a la condena y su solidaridad con el artista. A una joven de 21 años le pide el fiscal dos años y medio de prisión por otros chascarrillos que dejó escritos en las redes sobre Carrero Blanco. La nieta del presidente franquista ha declarado: «Me asusta una sociedad en la que la libertad de expresión, por lamentable que sea, pueda acarrear penas de cárcel». Esta histeria es un bozal, que cada vez nos aprietan más para dejarnos sin aire. Hay que revolverse mordiéndolo para que no nos acabe de ahogar del todo. Una tostada de pan con aceite y sal negra del Himalaya sabe a huevo frito. Incluso me repite como lo hace el huevo. Cómo asusta este mundo.

viernes, 20 de enero de 2017

Devolver

(Artículo publicado en El Periódico el 7 de enero de 2017)

Hoy es el día de cambiar los regalos. Todas esas ilusiones envueltas que hay que devolver. Otro año que no acierto. ¿Qué quieres que te regale? Algo que se pueda devolver. Como si los regalos fueran vómitos y ninguno se quedara en el estómago. Estrenamos el año haciendo fila para comprar algo y lo continuamos haciendo fila para que nos lo cambien. La sorpresa es algo así como las muelas del juicio, algo que va desapareciendo. Abres el envoltorio buscando el tique regalo. Otro año que no me aciertan. Por lo menos ya se acaban las luces, los turrones, las músicas navideñas y los comentarios sobre el vestido de la Pedroche. Eso sí que hace ilusión. Lo dejamos atrás como se quedan las listas de lo mejor del año pasado. Ahora tocan las rebajas. Aparece Pablo Iglesias abrazado a un tronco que le está diciendo cosas. Pienso en la capacidad de mi cuerpo para aguantar cosas. Aguanto dolores, horas de trabajo, noches sin dormir y olores fuertes en el transporte público. Soporto, con mucha educación, a personas que sólo se merecerían berridos. Me sigo resistiendo a los purés, pero tolero que figuren en las cartas de los restaurantes. La dejación internacional con el tema de los refugiados, eso lo sigo llevando muy mal. La nata, los cupcakes, el mindfulness, los consejos no solicitados, la programación de televisión, los Cantajuegos, al Gobierno, el cinismo, los imbéciles, los moralistas, el machismo, el color rojo para la ropa, los gimnasios, los juguetes esparcidos por la casa como si fueran minas antipersona, que me cambien la emisora que tengo sintonizada en el transistor, Trump, que me hagan perder el tiempo, los gritos, la expresión huelga decir. Sobrellevo todas estas cosas. Los pies siguen dando pasos, el esqueleto soporta mi peso, con todos sus órganos y padecimientos dentro, y las caderas me permiten zarandearme sin romperme. Pero sale Pablo Iglesias con su tronco y me explota el cuerpo. No lo aguanto todo. Con lo de la carta a la abuela de Podemos ya gasté todo el repertorio de caras de los emoticonos, pero esto del tronco lo ha superado. No entiendo nada. Como tampoco entendí que al saltar a las pantallas la lucha de espadas en Podemos, las que entraran a partirse la cara fueran ellas. De nuevo ellos, dos hombres, como protagonistas, en el centro del debate. De nuevo ellas como personajes secundarios, mujeres del equipo de Iglesias o Errejón, que aparecen sólo para dar explicaciones de lo que hacen o dejan de hacer ellos. Como sucede de manera mayoritaria en los patios de los colegios. Ellos jugando en las pistas, ellas mirando. Papeles activos y pasivos que cuesta modificar. Me chirría que esto suceda y me molesta que haya pasado tan desapercibido. Que desde la izquierda que quiere cambiarlo todo se perpetúen actitudes reaccionarias. Luego decimos un todas y todos y listo, solucionado el tema de la igualdad en el discurso. No sé por qué me pongo tan intensa ahora que me llega mi turno. Quería devolver esto.